El viernes 26 de abril, dos científicos especializados en agonistas de GLP1 respondieron a las preguntas de los periodistas a través de videoconferencia en un evento informativo especial de la revista Science. La mayoría trataban sobre diabetes y obesidad. Estos medicamentos han revolucionado el tratamiento de estas dos epidemias y cambiado la relación de la sociedad con el hambre, la nutrición y la alimentación.
En el fondo, a pesar de los problemas de suministro debido a la gran demanda, estos medicamentos muestran algunos efectos secundarios interesantes. «En los últimos años hemos visto que afecta a enfermedades como el Alzheimer o el Parkinson», dijo en la entrevista Lotte Bjerre Knudsen, asesora científica principal de investigación y desarrollo temprano de Novo Nordisk. “Todo es hipotético, pero es importante resaltar que se está avanzando, y eso es muy positivo”.
Un estudio clínico reciente publicado en la revista El diario Nueva Inglaterra de medicina, viene a apoyar esta idea. Señala que los pacientes de Parkinson tratados con lixisenatida mantuvieron sus habilidades motoras durante un año sin mayores cambios.
“Comenzamos la investigación gracias a las pistas que nos había dejado la epidemiología”, explica en una videollamada el neurólogo de la Universidad de Toulouse Olivier Rascol, autor principal del estudio. Los pacientes con diabetes tipo 2 tienen mayor riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson que el resto de la población. Es una tendencia que se ha demostrado en diversos estudios. “Por otro lado, vimos que los diabéticos tratados con este fármaco, GLP-1, tenían menor riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson que aquellos que recibían otros fármacos antidiabéticos”, explica el autor. Entonces comenzaron a investigar.
El estudio comenzó en 2014. En ese momento, se reclutaron 156 pacientes en las primeras etapas de la enfermedad. La mitad recibió lixisenatida durante 12 meses. De lo contrario, placebo. Luego descubrieron que la gravedad de los síntomas de Parkinson en este último grupo había empeorado en tres puntos (en una escala que mide qué tan bien las personas pueden realizar tareas como hablar, comer y caminar). Los que tomaron lixisenatida se mantuvieron estables.
Estas tres diferencias son relevantes pero no dramáticas. “Es un pequeño cambio”, afirma Álvaro Sánchez Ferro, neurólogo del Hospital 12 de Octubre y coordinador del Grupo de Estudio de Trastornos del Movimiento de la Sociedad Española de Neurología. “Sería mínimamente perceptible para el ojo humano. El cambio de cinco puntos es lo que determinamos para decir que algo tuvo un efecto más o menos significativo.» Lo interesante, enfatiza el Dr. Sánchez Ferro, que no participó en el estudio, comprobó este efecto neuroprotector. Y lo revolucionario sería comprobar si esa diferencia de tres puntos sigue aumentando con el paso de los años.
“Es la pregunta del millón… No, la pregunta de los 10 millones de euros”, responde Wassilios Meissner, profesor de neurología en el Hospital Universitario de Burdeos, cuando le plantean esta duda. Meissner, que participó en el estudio, se muestra cauteloso. “Eso esperamos, pero tenemos que demostrarlo. Si al final el efecto máximo es de tres puntos tras diez años de tratamiento, podemos concluir que no merece la pena hacerlo. Pero si sube a cinco o diez puntos… eso marcaría una diferencia significativa y sería de gran ayuda”.
La clave de este tratamiento no es sólo lo que hace, sino cómo lo hace: atacar el problema desde su raíz. “El Parkinson es una enfermedad neurodegenerativa, hay diferentes zonas del cerebro que se dañan y pierden neuronas”, explica el Dr. Sánchez Ferro. «Esto afecta a muchas áreas, pero particularmente a la vía nigroestriatal, que está relacionada con el control motor. La enfermedad mata las células de dopamina que producen dopamina». Esto se refleja en los movimientos de la persona, que se vuelven cada vez más lentos y descoordinados. Hasta ahora, medicamentos como la levodopa, que se utiliza contra el Parkinson desde los años 60, aumentaban artificialmente la producción de dopamina.
«Lo que hacen los agonistas de GLP1 es completamente diferente», afirma el profesor Rascol. “Protegen de la muerte a las neuronas que producen dopamina. En otras palabras, es como tener una piscina que está perdiendo agua. Hay dos formas de abordar el problema: agregar agua a la piscina para mantener el nivel (que es exactamente lo que hace la levodopa) o tratar de averiguar dónde está la fuga y por dónde sale el agua. Esto lo logramos con lixisenatida”. En cualquier caso, subraya el experto, cabe señalar que este tratamiento puede detener o ralentizar la pérdida de neuronas, pero de ninguna manera puede restaurar las neuronas perdidas. Los efectos del Parkinson son irreversibles.
Pero ¿cómo puede un fármaco desarrollado contra la diabetes tener un efecto neuroprotector en el cerebro? «Sabemos que en el cerebro también hay receptores de insulina», afirma Meissner. “Son cruciales para regular los niveles de glucosa en la sangre y en diversos órganos. Pero también están implicados en la supervivencia de las neuronas”. Cuando un paciente padece Parkinson, estos receptores empiezan a fallar. “En estas regiones vemos anomalías que recuerdan a la resistencia a la insulina. «Anormalidades similares a las que ocurren en la diabetes».
Los agonistas del GLP-1 actúan no sólo en los intestinos, sino también en el cerebro. La lixisenatida es uno de los fármacos de primera generación de esta familia y uno de los fármacos con mayor efecto a nivel neuronal. “En diabetes ya no se usa, es un medicamento que ya está extinto porque se administraba una vez al día y sus resultados no eran tan óptimos como semanalmente”, dice Cristóbal Morales, endocrinólogo del Virgen de la Macarena y Vithas – Hospitales (ambos de Sevilla) y miembro de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad. “Pero sus efectos neuroprotectores son muy buenos”. Morales señala que esto se sospechaba hace años. «En grandes ensayos clínicos, se han realizado muchos cuestionarios sobre la calidad de vida y empezamos a ver que los marcadores de deterioro cognitivo mejoraban con este fármaco». primer paso para mostrar lo que sugieren diversos estudios. Pero aún hay un largo camino por recorrer.
Así es en este momento. Se ha demostrado que los agonistas del receptor GLP-1 no sólo reducen la inflamación del hígado, los riñones y el corazón. Los medicamentos incluso parecen reducir la inflamación en el cerebro, lo que da a los científicos la esperanza de que estos compuestos puedan usarse para tratar no sólo el Parkinson, sino también otras enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. Ambos se caracterizan por inflamación cerebral. En una revisión actual publicada en la revista especializada Naturalezaenumera más de 20 ensayos clínicos que investigan los medicamentos como tratamientos para ambas enfermedades.
Lo que está claro por ahora es la conexión entre dos enfermedades muy diferentes, pero para las que podría haber una solución común. Y el mismo mecanismo de prevención, subraya Sánchez Ferro. “Es importante buscar tratamiento”, afirma el neurólogo, “pero también hablar de cómo evitar el Parkinson y en este caso hay que destacar la importancia del ejercicio físico”. «Se ha demostrado que el ejercicio protege a nivel neuronal».
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