
Fueron necesarios catorce años y algunos años más para conseguir la ciudadanía española. Para los que no somos latinoamericanos, ni de algún país europeo, ni tenemos ascendencia sefardí, ni sabemos pegar como Topuria ni marcar goles como Messi, el primer requisito que nos piden es acreditar residencia continua en el país durante al menos 10 años. Si te pierdes y no te registras como registrado por algún período de tiempo, por el motivo que sea, entonces comienza de nuevo hasta llegar a esos 10 años nuevamente con todos sus meses y días largos, muy largos. Luego contrate a un abogado para concertar una cita y espere la aprobación mientras reúne documentos y más documentos. Me río de Ulises, que en su viaje no tuvo que lidiar con burocracia intercontinental: tiene que demostrar que puede ganarse la vida incluso siendo estudiante y haciendo pequeños trabajos a tiempo parcial como sus compañeros (un contrato de al menos un año, que exigieron en su momento, y lamentablemente a mí me lo hicieron por horas en la ETT). Pero nada, fui testaruda como una mula en mi objetivo de convertirme en humana y persistí. Pedí documentos de este país desconocido cuyos funcionarios tenían miedo.
Gracias a Dios había gente en la ciudad que podía solicitar cosas surrealistas como antecedentes penales en mi nombre (en caso de que hubiera estado en prisiones marroquíes antes de los ocho años). De esta manera sé que no he cometido un delito que no puedo recordar. Entregué todo lo que me pidieron, siempre asegurándome de que no caducara un papel mientras llegaba otro. Y esperé. Como en las historias, esperé y esperé a que el cartero trajera el sobre con la feliz confirmación de mi condición de ser humano pleno. Y mientras esperaba, parecía un pobre mirando en el escaparate de una tienda de lujo ofertas de trabajo a las que no podía acceder por ser administrativamente un inmigrante. Legales, pero inmigrantes, a pesar de que yo no había decidido mudarme a ningún lado, a pesar de que mis hermanos y yo no habíamos sido más que el equipaje de nuestros padres. Me dio tiempo para tener un hijo y publicar mi primer libro. Debería haber plantado un árbol. Mi hermano gemelo recibió la ciudadanía antes y recuerdo que lo acompañé a las urnas por primera vez y compartí la alegría con él cuando le dije: «Este es mi voto y cuenta tanto como el de cualquier otra persona». Entonces, señor Feijóo, deje de mentir cuando habla de nosotros, porque los inmigrantes saben mejor que nadie lo que cuesta tener la nacionalidad española. ¿Qué has hecho para merecerlo más que haber nacido de tu madre?
