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Uruguay tiene más superficie marina que terrestre, pero la riqueza de sus aguas no es una prioridad en la agenda nacional. El país de 3,4 millones de habitantes prefiere mirar al campo, donde pastan once millones de vacas y crece la soja en un millón de hectáreas. La carne y los cereales son los titanes de la economía local, frente a los cuales el mar, y en especial la industria pesquera, ha perdido investigación, desarrollo y productividad. Así lo refleja un reciente informe del centro CERES, que explica el declive de la pesca industrial en Uruguay, cuya producción ha caído un 49% en la última década.
“La tierra le ha dado la espalda al mar”, dice Ricardo Fierro, un veterano marinero de 61 años. Ahora jubilado, Fierro ha navegado en alta mar durante más de 30 años y ha visto el auge y la caída de la industria pesquera. En el puerto de Montevideo, camina junto a una flota envejecida de barcos que no ha zarpado en semanas. “Son muy viejos y no tienen el mantenimiento que necesitan para funcionar”, dice. La antigüedad de las embarcaciones y sus constantes achaques en el mar explican parte del declive de esta industria, que en 2011 empleaba a 3.000 personas y ahora emplea a 1.600.
Según el informe, la flota pesquera uruguaya ha pasado de 124 embarcaciones hace dos décadas a 54 en la actualidad, estas embarcaciones tienen una edad promedio de más de 35 años, con una recomendación de renovación cada 20 años. «El envejecimiento es un problema que solo empeora con el tiempo», señala. Según el estudio, son necesarias mayores inversiones en la flota de vehículos privados, pero también para controlar las “regulaciones ineficaces” que inhiben la productividad. Además, señala los conflictos sindicales y las huelgas -45 días en 2022- como otro factor que ha dificultado el normal desarrollo de las pesquerías.
En cuanto a la normativa, el presidente de la Cámara de Pesca, Juan Riva-Zucchelli, reclama un cambio al actual sistema de autorizaciones de pesca, que solo permite pescar una especie por embarcación. “Es una estructura restrictiva que se podría mejorar si los barcos tuvieran una licencia multipropósito”, dice. Con el régimen actual, hay barcos más grandes con licencia para pescar merluza, barcos más pequeños con licencia para pescar curandero y merlán, mientras que otros barcos -ya casi inexistentes- capturan otras especies como túnidos o calamares.
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En este marco, la pesca industrial se ha centrado en la captura de toneladas de merluza, lubina y merlán, de las que el 90% se exporta. 2005 fue un año destacado: se superaron las 110.000 toneladas de pescado. Sin embargo, ese número se ha reducido a un promedio anual de 40.000. Según el informe, hubo una caída del 49% en la producción entre 2011 y 2021 debido a dificultades laborales y problemas regulatorios. «Los sindicatos eran combativos y no entendían que estábamos en el mismo barco», dice Riva-Zucchelli. Para el empresario, estas circunstancias han provocado que la flota esté en circulación una media de 190 días en lugar de 300 o más días al año, con la consiguiente pérdida de productividad.

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Vivir y trabajar en alta mar, comenta el marinero Fierro, tiene una peculiaridad desconocida para la mayoría de los uruguayos. “Los barcos están hechos para estar en el mar, para pescar y no para quedar varados en los muelles”, dice. Destaca que el trabajo de la gente de mar es estacional, lo que significa que solo se les paga cuando están pescando. También explica que el trabajo implica un gran desgaste físico, jornadas ilimitadas y unas condiciones a bordo que distan mucho de ser las ideales. Junto con la edad de los barcos, estas peculiaridades del trabajo en el mar crean diferencias. “Es un sector conflictivo porque las situaciones son complejas”, agrega.
Otro aspecto importante abordado en el informe se relaciona con la subexploración de los recursos marítimos y su potencial explotación. Vila-Zucchelli recordó que Uruguay tiene un buque de investigación, el Aldebarán, pero lleva dañado más de dos años y no hay señales de que esto cambie pronto. En la práctica, prosigue el empresario, los observadores uruguayos parten en barcos argentinos, que aportan la información necesaria para establecer las capturas permitidas en la zona de pesca conjunta que comparten Argentina y Uruguay.
La realidad de la industria pesquera uruguaya debe ser abordada integrando diferentes perspectivas: ambiental, social y económica, resume Luis Orlando, biólogo especialista en recursos pesqueros. “Debemos avanzar hacia un modelo participativo para que el sector pesquero, la investigación y la administración trabajen juntos”, afirma. Orlando destaca que la población de peces está cambiando y adaptándose a las condiciones de una zona que recibe corrientes cálidas de Brasil, otra fría de Argentina y el desborde del Río de la Plata. Esto no siempre está en línea con las expectativas de la industria. “Es un sistema natural, son recursos vivos y hay que entenderlos muy bien para poder gestionarlos”, señala.
potencial de crecimiento
CERES asegura que si se respetan los límites del ecosistema, la industria pesquera uruguaya podría aumentar sus capturas de exportación en un 123%. Esto tendría un impacto de $200 millones por año y crearía más de 2,000 empleos. “La pesca (uruguaya) tiene un uso diversificado en los mercados internacionales”, dice. Sin embargo, advierte del riesgo de perder competitividad frente a otros países con industrias más desarrolladas. En este sentido, recomienda renovar la flota, ampliar y diversificar la producción hacia otros tipos y estimular el consumo interno.
Este es probablemente el desafío más difícil que enfrenta la industria pesquera uruguaya: lograr que los uruguayos pongan pescado en su mesa, el gran invitado de piedra en la dieta local. Los residentes de la República Oriental comen un promedio de 94 kilogramos de carne (principalmente de res) y solo 7 kilogramos de pescado en promedio anual. La tarea es abrumadora.
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