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Cuando llega el calor, no al final del año con el frío. Sílvia Pérez Cruz recibió a los Reyes Magos a finales de junio gracias a una carta del Grec, el festival de verano que inició su andadura la tarde del miércoles con la primera de las tres sesiones en las que el artista Palafrugell pudo participar en su sueño hecho realidad al un día teniendo su último trabajo llevado a lo largo de su vida. Y como las criaturas en su noche mágica, perdidas en sus juguetes y perdiendo de vista el mundo incluso cuando miran al frente, el tiempo se convierte en una materia plástica que pierde su sentido y felicidad para los protagonistas. Sienten que todo, todo lo explica, lo justifica. En medio de una producción de primer nivel, con innumerables músicos en escena, unos sesenta en total, e innumerables artistas, también del sector de la danza, que demostraron su vínculo con Sílvia viajando desde todo el mundo para apoyarla, fue Una vez más la capacidad interpretativa del protagonista, que dio personalidad a una noche que probablemente será recordada toda la vida.
Trío de apoyo con protagonismo en las cuerdas, un uso puntual de la batería para no anclarse en el suelo, una voz que parece flotar ingrávida, un estribillo al que acudieron algunos de los protagonistas que luego pasaron al primer plano. De nuevo refugio, como pidiendo anonimato y secciones de saxofón y trombón para dar impulso a un repertorio que no se basó únicamente en el último disco de Pérez Cruz. Para ella se grabaron canciones eternas como: vestida de noche, la habanera que escribieron sus padres y que abrió la noche, mechita con su acento peruano, gallo rojo, gallo negrouna canción que tiene el honor y máxima distinción musical de ser considerada popular y fue escrita en nuestros días (Chicho Sánchez Ferlosio, hijo colorado de padre muy azul), chacarera de piedras en memoria de Liliana Herrero, que no pudo estar presente, y en menor medida de esta pieza, hombre de los arboles, escrita para formar parte del álbum y que finalmente no entró en el álbum, cantada con el irlandés Damien Rice, miembro silencioso del coro y público asombrado por tantas muestras de amistad que aquella velada dedicó a su presentadora Silvia. Dado que una lista exhaustiva de los nombres anteriores supondría crear una pequeña guía telefónica, la amistad, la complicidad y la humanidad, a veces con mucho dulce de leche, de Silvia marcaron su especial velada de Reyes, en la que no faltaron reconocimientos para la directora. Excelente representante de los griegos y cómplice de esta aventura, Cesc Casadesús.
El guión repetía el disco, la mirada retrospectiva a un círculo vital que comenzó en la infancia, enrollado en un trío de cuerda; Juventud, que representa la parte más experimental del disco, con la voz de Silvia tratada y doblada en canciones como Asustado; Madurez, con eso mi última canción triste quien cantó con la mexicana Natalia Lafourcade; en la edad en que Salvador Sobral brillaba con Silvia a capella Em moro, y luego regresar al anonimato del coro y al renacimiento, esperando un comienzo después del final encarnado en él. 21 plumas con Lola, hija de Silvia y per se su propio renacimiento y en Carme Canela, que fue su primera profesora de canto.
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Este paseo duró toda la vida en un espectáculo cuya pausa -Silvia tuvo tiempo de cambiar en la misma canción que da título al disco-, la secuencia de discursos y reflexiones y la multitud de cálidos abrazos contradecían la misma intención. de Silvia, quien expresó en la presentación del evento hace unas semanas que se le debe dar un sentido teatral que no obstaculice su continuidad. Al final, ese fue el escollo de la velada, una discontinuidad escénica que surgió del deseo natural de reconocer a todos los artistas que estaban allí, incluido el poeta palestino Farah Chamma, que asesinó con un poema en árabe del autor Hiba Abu Nada tras abandonar su casa a causa de un bombardeo israelí indiscriminado y otra en inglés que reflejaba el anhelo de normalidad de los habitantes de Gaza, no parecía estar en las mejores condiciones esa noche, ni siquiera en el último tramo. El impulso reivindicativo que el grupo flamenco ya había retomado en 2010 salir diferente y la empatía que surge de la crueldad de una guerra que persigue objetivos civiles apeló a las emociones de un público dedicado que fue testigo de todo. Esto nos permitió reflexionar sobre el momento artístico de Silvia, que ya se encuentra en un nivel donde todo lo que hace siempre está respaldado por aplausos y devoción. Su personalidad, abierta y dulce, su normalidad de persona que todavía parece sorprendida por su popularidad, el uso constante de la «preciosa» muleta, aplicada indistintamente a personas, canciones y acontecimientos, y su ternura, por supuesto unida a una voz cargada de melancolía y un cancionero que viene de todas partes pero que ella hace suyo hasta formar su propio hogar musical, dándole una personalidad imposible de reproducir.
Por eso jugó extensamente con sus dones y exigió exitosamente la extensión del tiempo y la suspensión del flujo, de ahí que una de las piezas más destacadas del disco, Es imposible nombrar a nadie., con una gran letra del poeta Pablo Messiez, subió al escenario en una versión mejorada para ganarse la complicidad del público. Ella puede hacerlo. Afortunadamente Silvia Pérez Cruz lo sabe, aunque las canciones que canta son inmortales Em morono todo lo demás.
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