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El nombre real del juego es Ruleta Rusa. Con los humanos, por ejemplo, terminas siendo esclavo de la generación que te dio a luz: los humanos modernos usan diccionarios geográficos inusuales, tal vez nombres de continentes o palabras exóticas en otro idioma, como África o Akira (luz brillante en japonés). ); Los más conservadores mantendrán el linaje repitiendo los nombres de sus padres o abuelos, permitiéndose, si acaso, innovar con la licencia de un diminutivo: Manolito, Nachete, Carmencita, Quimet; y otros aprovecharán el aniversario para sumergirse en el mundo Área de fans y reconocer sus referentes de la cultura popular: Chenoa, Lionel o Ibai quizás. En cualquier caso, todos son elegidos y premiados con la mejor de las intenciones y el menor número de molestias. Y tal vez por eso, a pesar de todas sus preocupaciones, sobreviven al tiempo.
No debería haber un nombre perfecto. Siempre habrá alguien que no esté satisfecho o desapruebe la decisión. Pero algunos nombres son particularmente inapropiados o desagradables. Incluso vergonzoso. Esto sucede principalmente con palabras que describen cosas o lugares que van más allá del ámbito privado. Como calles, plazas o escuelas y bibliotecas.
Qué abrumadora, por ejemplo, era la sombra de José Antonio Primo de Rivera cruzando la arteria principal de Barcelona antes de convertirse en la Gran Vía de les Cortes Catalanes. Y cuán enorme era la carga del generalísimo quedó demostrado cuando la Avenida Diagonal, que atraviesa la ciudad de un extremo al otro, llevó su firma en cada portal. La llegada de la democracia y la presión del activismo por la memoria histórica han renombrado calles y plazas públicas, pero todavía hay barro que enturbia la ciudad con nomenclaturas cuestionables.
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Como la plaza del Virrei Amat, una de las paradas de la vida social del distrito de Nou Barris y nudo de comunicación del distrito. El franquismo eliminó su firma original en honor al poeta Joan Salvat-Papasseit e identificó este cruce con el apodo de un hombre que probablemente nunca pisó este terreno: el noble borbónico catalán Manuel d’Amat i de Junyent, en Designado Virrey del Perú en la segunda mitad del siglo XVIII.
Un movimiento ciudadano ha comenzado ahora a recoger firmas para devolver a la plaza su nombre original, con el que la bautizó el entonces ayuntamiento republicano cuando urbanizó la zona en 1933: plaza Joan-Salvat-Papasseit, en homenaje al célebre escritor fallecido hace unos años y vivía en el vecino barrio de Font d’en Fargas. “Nos propusimos revertir esta situación practicando el civismo, el compromiso y recuperando la memoria histórica de nuestro barrio”, afirma a pie de plaza Francesc Quintana, vecino y activista del movimiento. Restituir, que quiere devolverle el lugar a su poeta. “Se han hecho muchos cambios en este distrito, muchos ejercicios de recuperación de la memoria histórica. Avenida Borbón [que rodea un trozo de la plaza] ahora se llama dels Quinze, por ejemplo. Somos los últimos en llegar a este tren y nuestro coche es la Plaza del Virrei Amat. Somos un eslabón más en la cadena de la restauración de la memoria histórica”, explica. En 2019, la adyacente calle dels Quinze recibió el nombre popular con el que se la conocía porque por allí pasaba un tranvía cuyo billete costaba 15 céntimos a principios del siglo pasado.
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Llovió en la plaza toda la mañana y por la tarde también debajo de la mesa plegable sobre la que están colocados los carteles publicitarios. resto, Aún quedan algunas huellas húmedas de la tormenta. La boca del metro traga y devuelve a la luz a los transeúntes apresurados, y los bancos de la plaza cambian de vez en cuando sus conversaciones y miradas. Una pareja de ancianos descansa en un asiento y mira asombrada el tráfico de la Avenida dels Quinze. Un poco más lejos, en otro banco que gira en torno a una tipuana que asombra a la plaza, un grupo de mujeres charla animadamente mientras los niños a su cuidado trepan por el muro que da a la gran fuente central, que se debe a que la sequía ya ha terminado. “Estás un rato aquí y la gente que pasa, las conversaciones que escuchas o el comportamiento de la gente son un auténtico reflejo de cómo es este barrio”, concluye Quintana.
Algunos se detienen a leer el cartel que resume la Batalla de Restituir; Algunos cogen un bolígrafo y firman sin decir una palabra. Otros pasan. Y los que menos tienen se quedan a charlar con los iniciadores de la iniciativa. Hay más sorpresa que otra cosa, afirma Quintana. Pocos conocen la historia detrás del cambio de nombre.
Inicialmente el virrey poco tuvo que ver con el lugar. En todo caso, garantía. Resultó que a un lado de la explanada, donde ahora se levanta un enorme bloque de edificios, había una masía llamada Can Sitjar, que pertenecía a una familia emparentada con el noble Amat. “El Virrey no era dueño ni vivía aquí. Era sólo un pariente de los dueños. Le pusieron este nombre a la plaza para deshacerse de lo que tenía”, se queja el activista.
Salvat-Papasseig trastocó el régimen de Franco. No vivieron juntos -el poeta murió de tuberculosis en 1924, a los 30 años-, pero el pensamiento del artista no encajaba con la ideología de la dictadura, subraya Quintana: «Todo lo contrario: era anarquista, futurista, libertario e independiente». .» “
El movimiento ciudadano para devolver el lugar a su poeta ya ha recogido más de medio millar de firmas y continúa. También está el interminable ajetreo de los vecinos que van y vienen constantemente. A vista de pájaro, desde una azotea que domina la explanada, la plaza se parece más al poeta que al virrey. Sobre la alfombra amarilla que dejan las flores de Tipuana al caer, todos recuerdan las hormiguitas que Salvat-Papasseit dibujó en su poesía visual con las palabras: “camí de sol – per les rutes amigues – unes formigues”.
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