
Vivimos anhelando escuchar un cuento de hadas y creerlo también. Eso y nada más son telenovelas, series que nos hacen felices y una imaginación que abastece a nuestro cerebro de principios, normas y valores que nos tranquilizan, por mucho que no los cumplamos. Y la monarquía, esa extraña legitimidad de la sangre como conducto para la transferencia del poder, es uno de esos cuentos de hadas que nadie en su sano juicio podría justificar desde una perspectiva democrática y actual.
Sigue leyendo
