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“Los libros, como casamenteros infalibles, sólo pueden conducir al deseo que precedió a su lectura”. Oculta entre paréntesis en medio de su primer libro de ficción, la frase se utiliza como hilo conductor en la trama de los textos y películas del El escritor y cineasta argentino Edgardo Cozarinsky (1939-2024) fallecido este domingo a los 19 años 85 años. El libro guía al lector, pero si el deseo no estaba antes, ni uno ni otro conducirán a ninguna parte. Y si es así, juntos encontrarán el camino que, en cierto sentido, ya está trazado. “Cozarinsky es un borgeano tardío cuyos principales referentes literarios, con excepción de Jorge Luis Borges, no pertenecen al español sino al francés, el alemán y el ruso, y que desarrolló aún más el principio de duplicidad lingüística y el arte del desplazamiento “cultural”. , definió la norteamericana Susan Sontag, también autora y cineasta, en el prólogo del libro, en el que se escondía esta frase: vudú urbanouna obra de culto publicada originalmente en 1985.
La muerte de Cozarinsky conmocionó a la comunidad cultural de Argentina y América Latina. Las palabras de despedida y reconocimiento a su obra se multiplicaron en las últimas horas mientras sus restos eran inhumados en la Biblioteca Nacional.
Cozarinsky nació en Buenos Aires, descendiente de inmigrantes judíos ucranianos que llegaron al país a finales del siglo XIX. Fue un creador prolífico que dejó más de 20 películas y 25 libros, la gran mayoría de los cuales fueron escritos en las últimas dos décadas. Su marca en el cine y la literatura fue una mirada capaz de combinar, sucesiva o simultáneamente, la narrativa de ficción, la crónica documental y la reflexión del ensayismo. Cozarinsky dijo que creció en las décadas de 1950 y 1960, iba a salas de cine y «leía textos que ya casi nadie lee», y que continuaba «al borde de la modernidad, el posmodernismo o, mejor aún, la actualidad». «
Con apenas 20 años trabajó como autor y traductor. Suruna empresa clave en la historia cultural argentina, y se asoció con el grupo de intelectuales que fundaron la revista y la editorial del mismo nombre: las hermanas Victoria y Entre otros, Silvina Ocampo, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y José Bianco. En sus memorias, Bioy Casares lo incluyó varias veces entre 1962 y 1974 en la conocida introducción a sus diálogos y encuentros con el autor. Ficciones Y El Aleph: “Borges y Cozarinsky comen en casa”. También en estos diarios de 1973, Bioy expresó “la alegría de todos” al enterarse de que él y Borges eran miembros de un jurado del periódico. La Nación, sin saber quién lo había escrito, había honrado “La historia indefendible”, un ensayo de Cozarinsky sobre el chisme como pieza central de la literatura y sobre su “lugar privilegiado en la práctica novelística de Henry James y Marcel Proust”. Este ensayo ha sido ampliado y reeditado por su autor, más recientemente con el título Nuevo museo del chisme.
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Después de dirigir su primera película, curiosamente titulada… – ese era el título, tres elipses, sin palabras—, y publicar el libro Borges y el cineEn 1974, Cozarinsky se exilió en París, Francia, donde permaneció hasta 1989. Allí estudió con Roland Barthes, hizo caso omiso de sus consejos de doctorarse con una tesis sobre el chisme y se dedicó a hacer cine.
Quizás su película más famosa sea La guerra de un solo hombre, de 1981, una “ficción documental” que superpone los diarios del escritor y soldado alemán Ernst Jünger sobre la ocupación nazi de París en la Segunda Guerra Mundial con imágenes de noticieros de la época. En el contraste entre la aparente normalidad de la vida cotidiana y el horror silencioso, el propio Cozarinsky vio más tarde una alusión a lo que estaba sucediendo en la Argentina, afectada por el terrorismo de Estado de la dictadura (1976 y 1983).
En los años siguientes dirigió películas como Autorretrato de un extraño (1983, sobre Jean Cocteau)Guerreros y prisioneros (1989, adaptación de un cuento de Borges) y El violín de Rothschild (1996), entre muchos otros. De regreso a Buenos Aires, continuó filmando y se enamoró del tango, que había ignorado desde muy joven. Escribió sobre el tango (milongas, de 2007), también la escuchó y la bailó. “En la pareja que baila el alma desciende al cuerpo”, citó el escritor Ezequiel Martínez Estrada.
Un diagnóstico de cáncer en 1999 fue el detonante de su giro hacia la literatura. Entre 2001 y 2023 publicó más de dos docenas de libros de cuentos, ensayos, novelas y memorias, empezando por La novia de Odesa y termina en Variaciones sobre Joseph Roth, uno de los escritores que admiraba, y en una antología de sus textos. En 2018 ganó el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez por Al último trago nos vamos.
Hace unos meses, en diciembre del año pasado, Cozarinsky estrenó su última película: dueto, que dirigió y protagonizó junto a Rafael Ferro. La película, dividida en breves capítulos, narra la amistad entre los dos cineastas. Uno de los fragmentos contiene como epígrafe unos versos de Cozarinsky: “Acordaos de mí, el polvo murmura, y el viento lo esparce”.
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