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Entre las diversas medidas anunciadas para asegurar la formación de un nuevo gobierno, el alivio de la deuda de las Comunidades Autónomas es una de las más discutidas. La elevada heterogeneidad entre ellas, tanto en la estructura de sus fuentes de financiación de la deuda como en las bases crediticias, dificulta concretarlas y desarrollar una metodología consensuada sin crear asimetrías entre áreas.
Era más que previsible que esta posibilidad surgiera en algún momento de los procesos de negociación entre el gobierno central y los gobiernos regionales. Los beneficios de los fondos de liquidez han sido tan innegables como insostenibles desde su creación hace poco más de una década para evitar impagos de la deuda pública. Sin embargo, los sucesivos gobiernos desde la crisis financiera han alimentado una espiral que ha convertido al Estado central en el principal prestamista de las autonomías. Estos fondos han proporcionado todos los recursos necesarios para financiar la amortización, el déficit y cualquier posible desviación de gasto de los límites u objetivos aprobados en sus presupuestos. Y todo ello sin ningún coste de intermediación por parte del Ministerio de Hacienda.
Aunque el impacto de esta medida es neutro para el conjunto de las administraciones públicas, es evidente que existe un efecto entre subsectores, lo que supone un mayor déficit para el Estado respecto a las regiones beneficiarias de la condonación, tanto en términos de importe y en términos del importe del saldo pendiente de la deuda, que será asumido como pagos de intereses futuros. De momento sólo conocemos el compromiso de 15.000 millones para Cataluña y sabemos que será transferible a otros gobiernos regionales, pero todavía no sabemos si son todos y en qué proporción. Si extrapolamos estos montos y trabajamos con diferentes escenarios, podemos intentar simular el impacto de una hipotética condonación de deuda. Desde los casi 40.000 millones que supondrían el 20% del Fondo de Liquidez Autónomo (FLA), a los casi 60.000 millones si tenemos en cuenta el incremento de las deudas del sector desde la crisis, cubiertas o no por los fondos de liquidez del Tesoro en el mercado de capitales.
Más allá de estos ejercicios especulativos, las negociaciones parecen complejas. Pero una vez abierto el debate, el proceso debería servir para garantizar que el sector recupere su autonomía financiera. Y la aprobación del 20% de la FLA no es suficiente para un retorno general a los mercados de las regiones. Para evitar repetidos incumplimientos por parte de algunos gobiernos, se necesita una mayor ambición a cambio de compromisos más firmes con la estabilidad fiscal. Y es imprescindible un modelo de financiación que elimine las debilidades y asimetrías que explican parte del sobreendeudamiento de los municipios.
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