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En la necrópolis de Las Gobas (condado de Treviño, Burgos) se recuperaron 42 cadáveres, enterrados entre los siglos VII y XI. El del número 29 tuvo tres hijos. Uno murió recién nacido o nació muerto, otro no tenía más de cuatro años y el tercero murió joven pero tenía hijos, un niño pequeño que no celebró su séptimo cumpleaños. El alcance de este drama familiar se conoce gracias a antiguos análisis de ADN. La obra, publicada en Avances científicos, Combina la arqueología clásica con la genética para descubrir todos los secretos de una comunidad que vivió y murió aislada durante cinco siglos. La secuenciación de los genomas de los enterrados allí ha revelado sus altos niveles de endogamia, los patógenos que portaban e incluso un caso de viruela, poniendo de relieve la propagación de la enfermedad por la Península Ibérica.
Las Gobas es un complejo en un desfiladero profundizado por el río Laño y forma parte de lo que algunos llaman Capadocia Ibérica. Hay evidencia de que allí ha vivido gente desde tiempos prehistóricos. Sin embargo, no fue hasta el siglo VI cuando se excavaron y prepararon más de una docena de cuevas. Debió ser refugio de un grupo de ermitaños que dieron valor espiritual al lugar. En el siglo siguiente, dos de ellos fueron convertidos en iglesias y un área especial fue reservada como cementerio. Se sabe por estudios previos realizados por arqueólogos como el catedrático emérito de la Universidad del País Vasco Agustín Azkárate o Lourdes Herrasti de la Sociedad de Ciencias Aranzadi que los inicios de la comunidad, formada por una población de antepasados vascos, debieron ser violentos : Dos de sus fundadores tienen heridas de espada. “Uno tiene una lesión perimortemcon un corte tangencial en el cerebro”, explica Herrasti. “El otro también tenía una herida de espada en la cabeza, pero se curó y sobrevivió”, agregó. Ahora un nuevo estudio de lo que llaman arqueogenética ha permitido descubrir que estos dos fundadores eran primos, árbol genealógico del individuo número 29, o que tenían poco material genético de quienes gobernaban en aquel momento la península.
La investigación, liderada por Ricardo Rodríguez Varela del Centro de Paleogenética (CPG) de la Universidad de Estocolmo, Suecia, combina datos genéticos, arqueológicos e históricos para revelar la alta endogamia de esta comunidad del norte, que, como lo demuestran sus genes, se mantuvo relativamente aislada a pesar de la agitación esta vez. Los primeros enterramientos datan de unas décadas antes de la llegada de los musulmanes a la península y la caída del Imperio visigodo. Los primeros conquistaron Pamplona, a apenas cien kilómetros de Las Gobas, cuyo asentamiento se encontraba muy cerca de la primitiva frontera entre cristianos y musulmanes.
“De las 41 personas que [el equipo de Azkárate] “Excavaron, conseguimos el ADN del 39”, recuerda Rodríguez Varela. A través de su análisis y comparación genética con otras poblaciones actuales y pasadas, consiguieron localizar a los habitantes de Las Gobas en una especie de mapa genético de la península. “Sabemos que la frontera musulmana no debería estar muy lejos, por eso queríamos ver los efectos de esta conquista islámica”, añade el investigador de la Universidad de Estocolmo. Los grupos bereberes fueron los más afectados por la conquista y sólo una élite era de origen árabe. “En la ascendencia de estos individuos vemos un aumento del componente norteafricano con el tiempo, pero los valores son mucho más bajos a lo largo de estos cinco siglos que en las poblaciones medievales del sur”, explica.
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El aislamiento del resto del mundo se confirma comparando los diferentes genomas de los enterrados. Por estudios arqueológicos anteriores se sabía que Las Gobas tuvo dos fases. En el primer caso vivieron y fueron enterrados allí hasta el siglo IX. En un segundo, los vivos abandonaron las cuevas y se adentraron en el valle, dejando atrás sólo una necrópolis. “Lo que encontramos es que en la primera fase hay mucha endogamia y alta consanguinidad, con mucha descendencia entre parientes cercanos, como por ejemplo. B. Primos hermanos. Esto también ocurrió en la segunda fase, aunque en menor medida”, subraya Rodríguez Varela.
La genética también ha permitido estimar la presencia de diversas enfermedades. Si bien las patologías de origen viral rara vez dejan sus huellas en el ADN de los enfermos, no ocurre lo mismo con las patologías de origen bacteriano. Identificaron hasta seis enfermedades en los distintos restos analizados. Casi todas ellas fueron zoonosis resultantes de la interacción con un animal, como por ejemplo: B. la enfermedad de la pudrición causada por la bacteria Erysipelothrix rhusiopathiaeo fiebre recurrente causada por Borrelia recurrente. «El E. rhusiopathiae“, una bacteria que causa una enfermedad de la piel a través de la contaminación de heridas abiertas, generalmente infecta a las personas a través del contacto con animales domésticos, lo que sugiere que la cría de animales era importante para esta comunidad”, dice el investigador del CPG y coautor del estudio Zoé Pochon.
Entre los enterrados hay uno que tenía viruela. El descubrimiento es de gran relevancia. Se trata del caso de viruela más antiguo identificado mediante análisis genético en el sur de Europa. Dado que es una de las enfermedades que más muertes causó en la historia hasta que fue erradicada, su invasión a la Península Ibérica es un tema controvertido entre los científicos. Esta cepa coincide con las encontradas en individuos de cronología similar en Escandinavia, Alemania y Rusia, lo que sugiere una presencia de viruela en toda Europa en la Edad Media. Combinado con el hecho de que la huella genética del norte de África es reducida, esto descartaría la posibilidad de que la viruela viniera del sur y de los musulmanes, como afirman algunas teorías.
Para el profesor Agustín Azkárate, Las Gobas es un lugar especial: “Las cuevas artificiales de Las Gobas están situadas a 20 o 30 km de las importantes necrópolis vascas de Aldaieta y San Martín de Dulantzi. A pesar de la proximidad, los hábitos culturales de entierro son completamente diferentes». Si bien los difuntos fueron enterrados en las cuevas, Azkárate destaca que lo hicieron «sin ajuar funerario» y llama la atención las graves puñaladas en el cráneo (en dos casos), que sin duda revelan enfrentamientos; Es frecuente la conservación de ajuares en los cementerios de Aldaieta y la presencia de armas en los enterramientos”.
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