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Es difícil decir si Mediapro sería el gigante audiovisual que es hoy sin capear las muchas tormentas que ha enfrentado en sus casi 30 años de historia. Vivió una tormenta cuando adquirió los derechos televisivos de fútbol del Real Madrid y del FC Barcelona, pagando 1.000 millones de euros por cada uno de estos contratos e iniciando una de las guerras futbolísticas que le llevaron incluso a declararse en concurso de acreedores. Volvió a sacar la chequera cuando arrebató los premios de Fórmula Uno a Telecinco, y adelantó en las negociaciones a la cadena de Berlusconi cuando supo que España ganaría dos grandes premios en las siguientes temporadas y que eso le ayudaría a mantener cerca la rentabilidad de la empresa. Tampoco se dejó intimidar cuando vino a París hace tres años para robar, chequera en mano, los partidos de la liga francesa de fútbol profesional de Canal+. La empresa siempre ha acompañado esta valentía con una actitud que ignora ideologías e incluso supuestas contradicciones en la vida empresarial: es capaz de emitir la señal de televisión del Congreso y al mismo tiempo montar el centro de prensa del referéndum de independencia de Cataluña de 2017.
Pero no todas estas aventuras terminaron con un final feliz. No se pudo iniciar el periódico Público vía Medipubli. Su más reciente paso por el fútbol francés terminó abruptamente cuando estalló la pandemia en el primer año de su contrato. Tras amargas negociaciones y una feroz polémica nacional, que estuvo precedida por el impago de las prestaciones pactadas a algunos clubes que amenazaban con la quiebra, Mediapro renunció a los derechos. Fue una de las grandes tormentas de rayos y truenos que azotó al conglomerado empresarial barcelonés, aunque no la primera. Uno de los peores ocurrió en 2018, cuando tuvo que pagar 24 millones de dólares tras declararse culpable de sobornar a altos directivos caribeños para asegurarse los derechos de los partidos de clasificación de tres Mundiales (de 2014 a 2018).
Este caso, que afectó a su reputación, obligó, entre otras cosas, a la marcha de Gerard Romy, uno de los dos fundadores del grupo. El otro, Jaume Roures, hizo una salida apresurada la semana pasada, renunciando a sus cargos de presidente y director general a petición de Southwind Media, el fondo que controla el 80% del capital. Los desacuerdos por su marcha afectaron incluso a su relación personal con Tatxo Benet, con quien compartió tareas de empresa y amistad durante décadas y que ahora se ha hecho cargo de la dirección.
Hasta que un jurado estadounidense destapó el escándalo de los pagos indebidos en el país, el tridente Roures-Romy-Tatxo dirigía la empresa. Un ex empleado que pide el anonimato señala que Benet era quien tenía un perfil más emprendedor, el que tenía relaciones con anteriores accionistas como Televisa y cuidaba a los actuales Southwind (80%) y WPP (9,5%). Esta capacidad y la libertad de decidir en solitario le darán ciertas ventajas, pero el viaje le ha hecho perder ese estado de mayor disposición que quienes conocen la casa atribuyen a sus ex socios. Romy controlaba el área técnica y era parte esencial del mecanismo de compra y comercialización de derechos internacionales; Roures era un hombre con contactos en el mundo del fútbol y de los contenidos, especialmente el cine, del que estaba orgulloso de haber colaborado con Woody Allen o de haber producido algunos documentales como: Las alcantarillas internas, sobre la etapa de Jorge Fernández Díaz como ministro. Siempre inflexible ante los medios, demostró recientemente estas relaciones hace unas semanas cuando le preguntaron sobre su apoyo económico al Barcelona en la actual era de Joan Laporta. “También apalancamos a Florentino Pérez por 6.000 millones de pesetas (36 millones de euros) en el año 2000”, señaló, defendiendo que Mediapro busca estabilidad en el negocio del fútbol, pilar de su empresa.
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En cualquier caso, Tatxo Benet, que se incorporó al proyecto poco después de su lanzamiento en 1994, será el encargado de rescatar a Mediapro del último chaparrón. Un grupo que generó el año pasado 1.209 millones de euros y un resultado bruto de explotación (Ebitda) de 189 millones está ahora en sus manos. Una empresa con 435 millones de deuda y alrededor de 7.100 empleados. Se trata, además, de un grupo que en 2018 se acercó a un techo de facturación de 2.000 millones (según Moody’s), que no pudo recuperar tras la irrupción de la pandemia y del que Fitch ha advertido de una excesiva dependencia de los derechos internacionales del fútbol profesional español. liga. Según la agencia de calificación, representarán el 40% del EBITDA este año y se espera que esta rentabilidad disminuya en los próximos años: es hora de buscar alternativas.
El negocio de los derechos audiovisuales
El pasado mes de mayo, Mediapro logró ampliar el contrato con LaLiga, su mayor fuente de beneficios, hasta la temporada 2028/29. Sin embargo, no se espera que el nuevo contrato sea tan rentable como los anteriores, ya que las variables retributivas y el mapa de distribución se han reducido (ni Oriente Medio, ni el norte de África, ni Estados Unidos se suman al nuevo contrato). ).
Desde los inicios de Mediapro, la explotación de derechos audiovisuales ha sido la principal actividad de la empresa. En los últimos años, la empresa ha buscado diversificar sus fuentes de ingresos a través de tres áreas de negocio adicionales: producción, transmisión y distribución de eventos; la producción y distribución de contenidos para diversas plataformas Transmisión y un área de innovación y nuevos emprendimientos que incluye los eSports. “Los derechos siempre han sido un asunto interno y siempre hay cierta incertidumbre sobre cuándo acabarán, pero el trato cada vez es más equilibrado”, señalan fuentes de la empresa, que evitan ofrecer el reparto de rentas. Fitch destaca en su informe que a largo plazo Mediapro puede tener que lidiar con nuevos operadores como Amazon, que compiten con ella en el segmento de los derechos deportivos, pero también en la producción de películas y series, como ya ocurre con el resto. de las plataformas. La compañía catalana ha producido películas de Woody Allen y Oliver Stone y tiene en su catálogo documentales y películas como el buen jefe.
Tanto Benet como Roures consideraron salir a bolsa hace seis años, planes que hoy parecen haberse pospuesto. Fuentes de Mediapro entrevistadas descartan también una posible venta de su participación por parte de Orient Hontai (propietario de Southwind), como informó recientemente Reuters. El fondo chino ha alcanzado el 80% del capital en dos operaciones: en 2018 pagó 1.016 millones por el 53,5% de las acciones. Tres años más tarde, la empresa amplió su posición actual tras una inyección de efectivo de 620 millones de euros, destinada esencialmente a saldar deudas y a permitir un acuerdo de refinanciación con sus acreedores, para dar a la empresa un respiro, que por sí solo equivale a intereses de unos 50 millones de euros cada año. Ano. La cuestión ahora es quién adquirirá el 5% de las acciones de Roures, que ya ha anunciado su intención de vender.
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