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En las primeras elecciones parlamentarias en las que participó Podemos, en diciembre de 2015, se presentó con un cartel de campaña repleto de rostros entonces poco conocidos bajo un potente eslogan que reflejaba la magnitud de sus ambiciones: “Un equipo para gobernar”. Junto a Pablo Iglesias como candidato a la presidencia está Íñigo Errejón como vicepresidente, Victoria Rosell para la cartera de Justicia, Pablo Bustunduy para Asuntos Exteriores, Pablo Echenique para Ciencia y Tecnología, Julio Rodríguez para Defensa y Nacho Álvarez para Economía. En la imagen aparecían otros dirigentes del partido, cuya presencia indicaba que perseguían con todas sus fuerzas su objetivo de “atacar el cielo”.
En 2015, Podemos era una nueva fuerza política que surgió al calor de las 15 millones de movilizaciones y entendió bien el estado de ánimo post-austeridad de los ciudadanos tras la crisis de 2008. En estas elecciones parlamentarias obtuvo 42 representantes (es decir, el 12,69%). de votos), que, además de los obtenidos por las confluencias territoriales con las que había firmado alianzas (En Comú-Podem, Compromís, En Marea, etc.), alcanzaron el 20,68% de los votos y 69 escaños, muy cerca de la PSOE, que llegó a 90. Ocho años después, la mayoría de sus líderes fundadores han abandonado Podemos y muchos incluso han abandonado la política. El último en hacerlo fue Nacho Álvarez, el muy respetado Secretario de Estado de Derechos Sociales, que jugó un papel clave en los avances sociales más importantes de la última legislatura. La dimisión de Álvarez, propuesta por Sumar para una de las carteras del nuevo Gobierno, al tiempo que renuncia a todos los cargos de Podemos, es el último episodio del inexorable proceso de bunkerización que sufre Podemos.
La hemeroteca es horrible. Ya sea que se miren las fotos de la reunión fundacional o las de los ministros en el primer cartel electoral, hay mucho más abandonado de lo que queda. Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Tania González, Pablo Bustinduy, Ramón Espinar, Raimundo Viejo, Clara Serra, Rita Maestre, Mónica García y una larga lista más abandonaron el partido, algunos para formar nuevas siglas. La descapitalización supone que el partido queda prácticamente reducido a la figura de Pablo Iglesias, que lleva abiertamente las riendas pese a no tener responsabilidades de liderazgo, y sus dos ministras, Ione Belarra e Irene Montero. Yolanda Díaz, que fue elegida sucesora por Pablo Iglesias sin siquiera consultarla cuando este dimitió como vicepresidenta del Gobierno, pronto se dio cuenta de que la única manera de evitar que las elecciones fracasaran era intentar volver a unir todo lo que tenía el líder de Podemos. ahuyentado. Y lo logró con Sumar, pero todos sabían que el acuerdo estaba hecho en casos extremos Para la integración de Podemos fue sólo un alto el fuego obligado por las circunstancias.
Iglesias vuelve ahora a la acusación contra Sumar. En el entorno de Podemos se habla ahora más de traición que de política y el clima difundido en las redes sociales es opresivo. En esta guerra Cainita, la política se convierte en una trituradora de la que sólo puede surgir una profunda amargura, como expresa Alberto Garzón, otro dirigente que ha tirado la toalla, en una carta a los militantes de Izquierda Unida: “Tengo demasiado tiempo dedicado tratar con gente que no se preocupa por sus semejantes y para quienes la política es sólo una manera de destruir a los disidentes». La dinámica es tan contraproducente que el mayor dilema de Yolanda Díaz y Pedro Sánchez ahora es decidir qué es lo mejor para el Gobierno progresista: tener a Podemos dentro o fuera de la coalición, con un Pablo Iglesias tan cegado por su propia brillantez que no puede superar el abismo al que está arrojado.
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