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Muchos dirigentes del PP tienen la incómoda sensación de estar atrapados en una pegajosa telaraña. Cuanto más compiten con Vox, más se fusionan con posiciones extremistas y más difícil es distinguirlas. Tienen motivos para disputar el espacio. Vox surgió como una escisión del PP y acabó captando una gran parte de su electorado. Saben que si quieren gobernar España tienen que recuperar al menos una parte de este electorado. Pero también crece en el medio y como mantas cortas, si tiras de un lado te soltarás del otro lado.
Tras asumir el liderazgo nacional, Alberto Núñez Feijóo tuvo durante un tiempo dudas sobre cuál es la mejor estrategia de crecimiento. Su ascenso al liderazgo nacional había ido acompañado de un cierto halo de moderación y se esperaba que llevara al PP a posiciones moderadas para que, sin perder posiciones en los sectores más conservadores, pudiera ganar también los votos del centro, incluidos los moderados. Partes del partido podrían atraer al PSOE. Lo estoy intentando. Fue el momento Borja Sémper. En este sentido se interpretó la elección del líder vasco como portavoz del nuevo PP.
Pero si alguna vez se creyó realmente en esta estrategia, no queda rastro de ella. Feijóo era proclive a un discurso cada vez más duro e hiperbólico, como cuando, en el debate de la amnistía, asumió que Pedro Sánchez era corrupto y dijo que la ley era el certificado de defunción del PSOE. Ya no hay diferencia entre lo que dice Feijóo y lo que dijo Pablo Casado en el apogeo de su estrategia de suspenso.
Para competir con Vox, Feijóo ha abrazado cada vez más el discurso de extrema derecha, llegando incluso a decir en la campaña electoral catalana que no debemos permitir que lleguen más inmigrantes que se convertirán en criminales y ocuparán nuestros hogares. Pero las encuestas hablaron. El PP logró una notable mejora en sus resultados porque vino desde abajo y absorbió los restos de Ciudadanos. Pero no fue capaz de hacer retroceder a Vox como quería. El partido de Abascal va a ser mucho más complicado de lo que pensaba.
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Ahora Feijóo está chapoteando en un remolino. Cuanto más se acerca a Vox, más se desdibuja su propio perfil. Para empeorar las cosas, la extrema derecha puede ser cada vez más agresiva y radical. Esto se vio con la cuestión de Palestina. Mientras Abascal se puso del lado de Israel, Feijóo dudó. Al final, se distanció de la posición del PSOE, a pesar de que habían adoptado conjuntamente una moción en el parlamento en 2014 que apoyaba una solución de dos Estados. Y mientras se contorsionaba, Abascal fue recibido por Netanyahu como si fuera el futuro presidente español tras reunir en Madrid a los mejores ultras internacionales.
Cuanto más se acerca el PP a Vox, más legitima su discurso y menos posibilidades tiene de recuperar los votos perdidos. Y lo que es peor, cuanto más se mezcla con Abascal, más moviliza al electorado progresista y más ayuda a consolidar al PSOE como el partido que puede plantar cara a la extrema derecha. Hace apenas unos meses el PP aventajaba en diez puntos al PSOE en cuanto a intención de voto para las elecciones europeas, pero ahora observa con asombro cómo la brecha se va reduciendo. Veremos cómo termina.
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