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Una de las máquinas que la Inquisición utilizó con maestría para estandarizar la identidad en España fue el arte. La propaganda también puede adoptar la forma de pinturas, tallas y retablos cuando no existen otros medios de comunicación de masas. Vale la pena poner un ejemplo: en uno de los Cantigas de Santa María (por Alfonso La suerte, como no podía ser de otra manera, es que el tablero queda intacto y (¡oh, sorpresa!) emite desde arriba un dulce aroma. Gracias al milagro, toda la comunidad judía se convierte al cristianismo.
Resumen: El malvado judío es castigado por el peor de todos los villanos, el Diablo. El icono cristiano es indestructible y, por tanto, eterno. No queda más remedio que cambiar de bando.
La forma en que el cristianismo ha construido esta identidad única y, por ende, la del otro sin lugar a la diferencia, es el eje narrativo de El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval en el Museo del Prado. “Esta no es una exposición de historia del arte, ni de historia, sino de historia de las imágenes”, explica Joan Molina, comisario de la exposición en colaboración con el Museu Nacional d’Art de Catalunya. Esto quiere decir que vienes a esta exposición a leer con devoción los carteles mientras miras las piezas. Sin estas explicaciones, las imágenes pueden dar lugar a malentendidos o manipulación, objetivo final de la Iglesia y la Inquisición en los siglos XIII, XIV y XV.
Molina ha construido una historia que comienza con la reinterpretación de los ritos judíos, avanza hacia la apropiación cultural, luego muestra la deformación física del Otro y culmina con el exterminio judío a mediados del siglo XV. «Existe la idea del espejo, que se utilizaba como metáfora del retrato en la Edad Media», afirma Molina, «y no son retratos asépticos. Como decía John Berger, siempre miramos en relación a nosotros mismos». De ahí que actúe. No se trata de una exposición sobre la vida judía en la península, sino de mostrar la perspectiva creada para definir -siempre en términos cristianos- al judío o al converso. “Un problema típicamente hispano”, afirma el comisario.
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Paseando por las salas del Prado, primero se nubla la forma en que una de las tradiciones recogidas en la Cábala está plasmada en un gran trozo de madera recubierto de pan de oro, en el que Zacarías aparece atado con una cadena en medio de un acto esotérico. ritual El resultado: es su muerte y el hombre muerto debe ser evacuado rápidamente. Esta pieza, que pretende mostrar una especie de intercambio de tradiciones, se desarrolla hacia la imposición de la desconfianza cristiana sobre los demás. Hay dos tamaños en una plataforma. Uno representa a la iglesia como una joven reina cuya autoridad se expresa en la corona. La otra, hacia la sinagoga, una mujer velada y con la cabeza inclinada en gesto de tristeza. Hay más humillación en la interpretación de los demás que en la transferencia de culturas.
De la descripción de la ceguera del judío, pasamos directamente al antijudaísmo en el contexto de violencia sistémica contra esta comunidad. Son el enemigo, caricaturizado con muecas teatrales, empalando una talla de Cristo y destrozando las hostias en los retablos que coronan los altares de las iglesias de las ciudades españolas. “Esta iconografía permanece”, afirma Molina, “la deformación física es una metáfora de un estado de falta de moral que se remonta a la antigüedad”.

Este espejo ante el que la Inquisición colocaba a los judíos dificultaba la reconciliación y no ayudaba a la percepción que existía sobre los conversos. Inicialmente, la iglesia abrió la puerta a más creyentes. Pero una vez dentro, construyó muros más altos que los del exterior. Según el comisario, la sospecha de los “viejos cristianos” comienza con aquellos conversos que se convierten en herejes y criptojudíos. Tanto es así que algunos de los mencionados incluso encargaron trabajos ad hoc como el busto de cristo de Antoniazzo Romano para despejar dudas. Esta pieza llegó a manos de Torquemada como garantía de pureza cristiana y para restablecer la buena reputación de su propietario.

A partir de mediados del siglo XV se produjo un cambio del antijudaísmo al antisemitismo. Ya no se trata de interrogar al converso sobre sus creencias o sus supuestas malas prácticas, sino que se le acusa directamente de impuro por una cuestión de sangre. Los designados fueron colgados en las paredes de las iglesias. El arte se convirtió en el vehículo perfecto para endulzar y justificar el exterminio de estas comunidades. Pedro Berruguete no sólo fue uno de los representantes del arte flamenco español, sino también uno de los fieles aliados de la Inquisición. Sus obras decoraron el Monasterio de Santo Tomás de Ávila, sede de esta institución. Algunas de estas piezas completan la exposición: tres retablos dedicados a tres santos y un cuadro, coche de fe, Éste es el mejor ejemplo de propaganda y justificación de la barbarie: el proceso de cinco conversos, dos de los cuales fueron quemados vivos.
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