Unas semanas después de completar su primer semestre en el palacio, el gobierno de Dina Boluarte sigue bajo la lupa por un nuevo informe de una institución de derechos humanos que analiza la forma en que ha enfrentado las protestas en su contra desde que asumió el cargo. Amnistía Internacional hizo público este jueves otro valioso documento que ayuda a esclarecer la muerte de 49 civiles. osos con nombres racismo mortal. Ejecuciones extrajudiciales y uso ilegítimo de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad peruanas y documenta hechos ocurridos entre el 7 de diciembre de 2022 y el 9 de febrero de 2023. Su trabajo de campo se centró en las ciudades con mayor número de heridos y muertos: Ayacucho (Ayacucho), Juliaca (Puno) , Andahuaylas y Chincheros (Apurímac) y Lima, la capital.
Después de analizar 92 piezas de información audiovisual, acceder a los archivos de los fiscales, revisar los certificados médicos, las autopsias, los exámenes forenses y entrevistar a las familias de las víctimas, funcionarios, entre ellos el presidente Boluarte, representantes de organizaciones de la sociedad civil y periodistas, según afirma Amnistía Internacional, encontró cinco principales Hallazgos: Primero, “La Policía Nacional y el Ejército del Perú utilizaron fuerza letal (balas) y armas prohibidas de aplicación de la ley (balines) de manera ilegal y fuerza menos letal (gases lacrimógenos) de manera excesiva, desproporcionada y en ocasiones desproporcionada “de manera innecesaria”. En segundo lugar, «lejos de ser incidentes aislados de excesos policiales y militares aislados, estos son indicativos de una respuesta gubernamental deliberada y coordinada».
El tercer hallazgo se centra en el racismo: «Hubo un fuerte sesgo racial por parte de las autoridades peruanas, apuntando a poblaciones que tenían antecedentes de discriminación» porque «el uso de la fuerza letal se dio exclusivamente en regiones fuera de Lima». Cuarto, “El Presidente de la República y la Presidencia del Consejo de Ministros estigmatizaron intencionalmente a los manifestantes como violentos y radicales y exigieron públicamente que la policía y el ejército no rindieran cuentas.” Eficiencia y falta de seguimiento de los pasos clave de su mandato de investigación”.
Amnistía Internacional aprobó 23 autopsias, 22 de las cuales encontraron que la causa de la muerte fue «proyectil de arma». En tres casos, sin embargo, se trataba de perdigones de plomo, es decir, varios proyectiles destinados a la caza. Señalan que esto fue ocultado por la policía. “Los perdigones suponen un gran riesgo de imprecisión, penetran fácilmente en la piel y no están diseñados para este tipo de funciones, por lo que debería prohibirse su uso en este tipo de escenarios de protesta o manifestación”, señalan. La víctima que ejemplifica este abuso es Gabriel Omar López Amanqui de Julia, un carguero de 35 años que murió por 72 perdigones en enero. Asimismo, se escribe en negrita que las fuerzas armadas utilizaron fusiles Galil (Ayacucho), FAL (Juliaca) y AKM (Juliaca y Ayacucho), todos con munición letal.

Por estos motivos, Amnistía Internacional ha dirigido una petición al Gobierno español: “Que mantenga su decisión del pasado mes de febrero de suspender la venta de material de contrainsurgencia a Perú hasta que los responsables de los actos de violencia que han dejado 49 muertos sean juzgados y juzgados”. ofrecieron.” un relato de lo sucedido.” La moción establece que esta suspensión debe extenderse a la venta de todas las municiones y armas ligeras, “por el alto riesgo de que estas sean robadas por las fuerzas armadas peruanas o la policía pueda ser utilizada cometer violaciones a los derechos humanos”.
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El informe también denuncia que las armas utilizadas por la policía y el ejército no fueron decomisadas y por lo tanto no examinadas, lo que habría servido para identificar a los autores materiales de las muertes. También señalan que el personal policial y militar no fue interrogado y que varios familiares o heridos no se habían manifestado tres meses después de los hechos. “Las fuerzas de seguridad peruanas pueden haber cometido un encubrimiento al no informar sobre el uso de municiones durante las protestas y obstruir la presentación de otra información importante”, concluyen.
Amnistía dijo que había solicitado una reunión con altos funcionarios policiales, pero la institución canceló la cita dos veces. Además, junto con el Departamento de Defensa, fueron las dos agencias gubernamentales que denegaron las solicitudes de acceso a la información pública utilizada para crear este documento con el pretexto de que se trataba de «información reservada» o «confidencial».
La investigación también incluye el testimonio anónimo de un oficial de policía de la región de Apurímac, lo que seguramente generará debate sobre las acciones de las fuerzas del orden. “Una cosa que nadie te dice en los entrenamientos… pero lo que solemos hablar entre los policías es que si hay un grupo violento le disparan a una persona porque mientras no haya muertos la gente sigue enojada. Cuando ven a un hombre caído, lo aplacan…»
En cuanto a las investigaciones penales, se destaca que a finales de marzo todas las investigaciones penales fueron trasladadas a Lima. “Según varios abogados y organizaciones de derechos humanos, esto sucedió justo cuando los militares estaban a punto de presentar su testimonio a los fiscales locales de Ayacucho. Este habría sido un hito importante en la investigación en Ayacucho, que ahora está bloqueada por las decisiones de la fiscalía de Lima. Pero hay un hecho aún más grave: cómo se habría roto la cadena de pruebas. “Muchas balas fueron sacadas de los cuerpos de pacientes en hospitales de Andahuaylas, Ayacucho y Juliaca, pero fueron tiradas a la basura, se perdieron o no fueron entregadas a la fiscalía”.
El informe fue presentado en la mañana de este jueves por Agnes Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional, otros representantes de esta institución y Raúl Samillán, presidente de la Asociación de Mártires y Víctimas del 9 de enero en Juliaca, Puno. Agnes Callamard está de acuerdo: «El uso de armas de fuego mortales contra los manifestantes demuestra un desprecio flagrante por la vida humana». Casi todos provenían de entornos pobres, indígenas y campesinos, lo que sugiere un sesgo racial y socioeconómico en el uso de la fuerza letal”.
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